La Revolución del 11 de Setiembre de 1852 constituyó el intento de Buenos Aires de recobrar la dirección de la política nacional, perdida con la derrota y caída de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros. No fue un estallido del localismo porteño desligado de las cuestiones nacionales y sin programa ante el problema de constituir el país. Fue un intento fallido de anular lo hecho hasta entonces por Urquiza a partir del acuerdo que el entrerriano celebró con el resto de los gobernadores en San Nicolás y por el cual se le concedieron amplias atribuciones. Pero aún en su frustración, la revolución porteña definió en Buenos Aires un estado de opinión nacionalista, defensor de las prerrogativas históricas de la provincia y partidario de la organización federativa del país. La política del 11 de Setiembre disputó a la política del Acuerdo de San Nicolás el dominio de la República. Ambas no se diferenciaron por ideales opuestos, bregaron por la unión sobre la base de la Constitución federal. A lo largo de diez años siguieron caminos paralelos, sumando adhesiones que les fueran dando fuerza para imponerse. Estas dos tendencias antagónicas en sus posturas pero coincidentes en lo esencial, parecieron encontrarse en el Pacto de San José de Flores o de Unión Nacional del 11 de Noviembre de 1859. Era la conciliación de las dos tendencias que al poco tiempo volvieron a enfrentarse, hasta que luego de la batalla de Pavón la política del 11 de Setiembre se imponga en todo el país. No hubo entre ambas políticas oposición de carácter doctrinario, sino de procedimientos. Tanto los hombres de Paraná como los de Buenos Aires lucharon por la implantación de un régimen federal, pero diferían en la metodología. Era la política del hecho consumado defendida por Urquiza, frente a la política del derecho conquistado consagrada por Mitre. Son ellos los dos protagonistas que dan vida con su acción al drama que se desarrolla en la década de la secesión y reunión de la Argentina. La campaña contra Rosas que culmina en Caseros había reunido a elementos heterogéneos. Eran los viejos unitarios unidos a federales antirrosistas, que al producirse la caída de Rosas iniciaron una etapa de discordias que puso en vilo la unión nacional. Dos tendencias, hijas de diferentes tradiciones, unieron sus esfuerzos para derribar un régimen; pero chocaron cuando llegó el momento de implantar el que debía sucederle. La política del Acuerdo de San Nicolás fue de transición y aspiró a cubrir paulatinamente el camino hacia el régimen constitucional, sumando a esta tarea a viejos caudillos del régimen depuesto, que una vez redimidos fueron llamados para sumarse al proceso de organización. Los revolucionarios de setiembre manifestaron su repudio a la transigencia con elementos del pasado, los que podrían reaccionar con grave peligro para la organización nacional. La Ley Fundamental de la Nación no podía nacer de la coacción de elementos que nada tenían que ver con el proceso en marcha. Urquiza y Mitre trazaron ambas políticas, las que hicieron su camino dejando honda huella en la historia política de la República. Una nos legó la Constitución de 1853, la otra perfeccionó la obra con la reforma de 1860. Pero el verdadero triunfador fue Mitre, tanto en lo militar como en la esfera política. Y el mayor triunfo político lo obtuvo en Buenos Aires donde logró marginar al porteñismo más crudo de Valentín Alsina continuado más tarde por su hijo Adolfo, infundiendo un espíritu democrático y nacionalista dentro de un ambiente localista, creando una poderosa corriente de opinión partidaria de la unión nacional, que no concebía a Buenos Aires como Estado separado del resto de las provincias hermanas. Los principios de la Revolución de Setiembre consolidaron la Argentina unida de la cual Bartolomé Mitre fue su primer Presidente.