Promediando el año 1816, se inician movimientos de tropas portuguesas sobre la Banda Oriental del Río de la Plata. Su jefe, el General Lecor, se apresta a cruzar la frontera desde Río Grande con el propósito de consumar un viejo anhelo de la Corona Portuguesa. El Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón, instó al jefe de los orientales José Gervasio de Artigas para que éste encabezara operaciones de guerrilla -como la de Güemes en el Norte-, para frenar el avance de los portugueses. Artigas, que se había independizado de Buenos Aires y boicoteado el Congreso de Tucumán al no permitir el envío de diputados desde los territorios de su mando, se negó rotundamente a los planes de Pueyrredón.
Cuando el Director dirigió un vehemente reclamo al General Lecor, intimándole que detenga su avance, éste le respondió que sus movimientos los hacía sobre un territorio que era independiente de Buenos Aires, ya que no obedecía a su autoridad. Un grupo de influyentes orientales allí residentes redactó un Acta de incorporación a las Provincias Unidas, la que fue remitida a consideración del gobierno y Cabildo de Montevideo. Ante la negativa de Artigas que rechazó el Acta y ordenó quemarla públicamente, los gobernantes de Montevideo y su Cabildo también la rechazaron. La ocupación estaba asumida, y no por Pueyrredón como suele acusar alguna historia. Desaparecido Napoleón del escenario europeo, el Rey Juan VI de Portugal pudo dejar Río de Janeiro y trasladar su corte a Lisboa.
Antes de ello, intentó calmar las aguas con las provincias argentinas reconociendo su independencia, además de anunciar que los orientales resolverán su destino a través de un congreso. Tal congreso se reunió en Montevideo con representantes de todos los pueblos, entre los que se encontraban antiguos miembros de las huestes artiguistas. El congreso fue la expresión más clara del rechazo que los orientales sentían hacia Buenos Aires. Las propuestas giraron en torno a una independencia total o la incorporación a la Corona Portuguesa, la cual fue aprobada luego de apasionados discursos anti argentinos. Sin embargo, la proclamación de la independencia del Brasil en 1822 repercutió negativamente entre los orientales quienes suponían haber pasado a integrar una potencia europea, para despertar en la realidad de haber caído en ser provincia de un Estado americano: el Brasil. Inmediatamente, quienes rechazaron pertenecer a las Provincias Unidas, se vieron envueltos en un enfrentamiento entre tropas del Brasil y las portuguesas.
Su sueño europeo había concluido. Sólo quedaba la independencia total. Una independencia acordada con la diplomacia británica, que para lograrla arrastraron a la Argentina a una guerra con el Brasil. Sorprendentemente, a personajes como Lavalleja, Rivera, Oribe y otros tantos orientales los invadió una repentina argentinidad, tirándose a los brazos de una nación que habían despreciado. De este lado del Río, algunos estancieros con posibilidades de hacer negocios rurales en los campos orientales entraron en el juego y colaboraron con la expedición de los “33 Orientales”.
La guerra estalló, Argentina venció y la diplomacia inglesa declaró la independencia de Uruguay. Lord Ponsomby, ministro inglés en Buenos Aires decía a George Canning: “De todo lo que puedo deducir de este estado de cosas, concluyo que los orientales están tan poco dispuestos a permitir que Buenos Aires tenga predominio sobre ellos como someterse a la soberanía del Emperador del Brasil. Ellos luchan contra los brasileños para aliviarse de una asfixiante esclavitud, no para colocarse bajo la autoridad de Buenos Aires”. Esta es la historia de los “33 Impostores Orientales”.-