El genio político de San Martín

El 5 de abril de 1818 el Ejército Libertador comandado por San Martín logró en Maipú, una victoria que fue categórica y determinante para lograr la independencia de Chile y consolidar la libertad de las naciones en ciernes de Sudamérica. El triunfo permitió y facilitó la expedición al Perú y su consiguiente independencia; simultáneamente colaboró con la campaña libertadora de Bolívar. El genio de San Martín había dado cima a una de las empresas más atrevidas que recuerda la historia como lo fue el cruce de los Andes. Sólo Aníbal trasmontando los Alpes abruptos y Napoleón en su fulmínea campaña de Italia, tras seguir la ruta del anterior, pueden parangonar sus hazañas con la del Ejército Libertador. Era tal la importancia que San Martín le daba a ésta batalla que, en los instantes previos dijo que “Los jefes del estado mayor deben estar persuadidos de que esta batalla va a decidir la suerte de toda América y que es preferible una muerte honrosa en el campo del honor a sufrirla a mano de nuestros enemigos”. Pero debemos reivindicar para nosotros la gloria del Gran Capitán de haber dado a la gesta cumplida un contenido moral único en los fastos mundiales. Al cartaginés y al Gran Corso los empujaba el espíritu de conquista, San Martín fue el libertador que todo lo da y nada pide. Tras las victorias bélicas Chile veía asegurada su independencia. O’Higgins, el héroe chileno, hablando por su patria dijo: “Nuestros amigos los hijos de las Provincias del Río de la Plata, acaban de recuperarnos la libertad usurpada por los tiranos. La sabiduría y los recursos de la Nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra emancipación, dan lugar a un porvenir próspero y feliz de estas regiones”. La grandeza moral de San Martín corría aparejada con la grandeza moral de su pueblo. Aquél con su genio, éste con su abnegación, forjaron con sacrificio la espada de la libertad. Pero la libertad sin mezquinas especulaciones posteriores. Chile había sido liberado por el brazo fuerte de San Martín. Cuando todo era arrebato y espontaneidad, cuando la gratitud brincaba en el corazón de los chilenos, todas las miradas y todas las opiniones afluyeron con irresistible atracción hacia la figura del victorioso general. Quién con su genio había arrebatado el país de manos de los dominadores debía ser quién gobernase. Sólo una voz disonaba en el unánime clamor: era la del propio vencedor, quién ajeno a ambiciones personales, declinaba tan honroso ofrecimiento. Su presencia en el gobierno no la consideraba indispensable y entendía que no era correcto ni prudente herir susceptibilidades nacionalistas. Era el respeto a la libre determinación de los pueblos, tan presente en el ideario sanmartiniano. En otra ocasión el Cabildo de Santiago votaba a su favor cierta suma de dinero; lo destinó para la creación de una biblioteca pública. El gobierno porteño, al conocer la victoria de Chacabuco, ascendió a San Martín al grado de Brigadier General. Esta fue su respuesta: “Me considero sobradamente recompensado con haber merecido la aprobación por el servicio que he hecho, es el único premio capaz de satisfacer el corazón de un hombre que no aspira a otra cosa. Antes de ahora tengo empeñada solemnemente mi palabra de no admitir grado o empleo militar ni político”. Se lo ha acusado, como si ello fuera un delito, de monárquico; otras veces, de antidemocrático, de autoritario inflexible. Para aminorar su grandeza se lo enfrenta con Bolívar diciendo que éste era un genio político y que él nada tenía de lo último y San Martín fue un político en alto grado. Su política de liberación era de amplio respeto a los derechos de los hombres y de los pueblos. El interés de San Martín por solucionar los problemas interiores siempre estuvo presente en su espíritu y en su obrar, porque de poco valía la independencia sin paz interior, devastado el país por la anarquía. Lo inmediato era la independencia y la instalación de un gobierno fuerte -no de fuerza- y con autoridad -no autoritario- que se impusiera a los enemigos de afuera y terminará, en lo doméstico, con los perturbadores del orden político y social.

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