Estrés, emociones y juego: claves para equipos más humanos

Todos nosotros pasamos horas perfeccionando técnicas, modelos y estrategias para que nuestras organizaciones funcionen mejor. Pero cada vez más, nos encontramos con una realidad que los números no alcanzan a explicar: las emociones de nuestros equipos importan.

Porque no trabajamos solo con máquinas, sino fundamentalmente con personas. Personas que se entusiasman, se frustran, se cansan, se inspiran. Y ese clima emocional termina definiendo si un equipo se potencia… o se desgasta.

Estrés, distrés y eustrés: tres caras de la misma moneda

Durante mucho tiempo hablamos de “estrés” como si fuera algo exclusivamente negativo. Pero el estrés es, en realidad, una respuesta natural que puede ayudarnos o perjudicarnos según cómo lo gestionemos.

  • Estrés: es la activación que sentimos frente a una demanda. Nos pone en alerta, nos da energía, nos ayuda a reaccionar.
  • Eustrés: es el estrés positivo. Nos mantiene atentos, motivados y creativos. Es esa adrenalina que sentimos antes de una presentación importante o al enfrentar un desafío que nos inspira.
  • Distrés: es el exceso. Cuando la demanda supera nuestros recursos, el cuerpo y la mente se saturan. Aparecen la ansiedad, la irritabilidad, el insomnio, el cansancio crónico. Y con ellos baja el rendimiento, aumenta el ausentismo y se deteriora el clima laboral.

Saber distinguirlos es fundamental: no se trata de eliminar el estrés de nuestras vidas (algo imposible), sino de aprender a dosificarlo, regularlo y transformarlo en un motor de desempeño, no en un freno.

La emoción como motor de equipo

Cuando un equipo puede hablar de cómo se siente, cuando la emoción tiene lugar en la agenda y no debajo de la alfombra, algo poderoso ocurre: la confianza aumenta, la comunicación fluye y el compromiso se multiplica.

Por eso, cada vez más organizaciones invierten en inteligencia emocional y herramientas de bienestar. No es una moda. Es un requisito para poder sostener la motivación y la salud en entornos que cambian a gran velocidad.

Jugar para aprender, aprender para disfrutar

Una de las formas más efectivas de trabajar el clima y la emoción de los equipos es incorporar el juego en el aprendizaje.

El juego nos conecta con algo esencial: el aquí y ahora. Nos obliga a estar presentes, nos despierta curiosidad, nos anima a probar, a equivocarnos y a crear. Jugar en el trabajo no es perder tiempo: es ganar creatividad y cohesión.

Por ejemplo, cuando las capacitaciones incluyen dinámicas lúdicas:

  • Los participantes se involucran de verdad.
  • Se generan recuerdos que permanecen (porque la emoción es el pegamento de la memoria).
  • Se fortalecen los vínculos y la confianza.
  • Se recupera la capacidad de asombro, tan necesaria para innovar.

El disfrute potencia el aprendizaje. No es casualidad: cuando algo nos divierte, lo incorporamos más rápido y lo aplicamos con más entusiasmo.

Del saber hacer al saber ser

Los profesionales de Ciencias Económicas sabemos lo importante que es el conocimiento técnico. Pero cada vez más, el verdadero diferencial está en las llamadas soft skills: comunicación, liderazgo, inteligencia emocional, resiliencia, entre otras.

Desarrollar estas competencias nos permite liderar con humanidad, generar entornos psicológicamente seguros y transformar el estrés en eustrés. Nos permite pasar del modo supervivencia al modo creación.

Una invitación

Hoy más que nunca, necesitamos organizaciones que cuiden a las personas tanto como a los resultados. Que capaciten en habilidades técnicas, pero también en habilidades humanas. Que promuevan el juego, la curiosidad y el aprendizaje activo para crear equipos que disfruten de lo que hacen y encuentren sentido en cada proyecto.

Quizás sea un buen momento para detenernos, mirar cómo estamos trabajando y preguntarnos:

  • ¿Estamos potenciando el eustrés en nuestros equipos?
  • ¿Les damos espacios para expresarse y jugar?
  • ¿Estamos creando culturas donde las personas puedan brillar?

Porque cuando aprendemos a gestionar nuestras emociones y a disfrutar lo que hacemos, no solo trabajamos mejor: también vivimos mejor.

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