El 19 de Octubre de 1914 moría en Buenos Aires el General Julio Argentino Roca. El constructor del Estado argentino moderno tenía 71 años, pues había nacido en San Miguel de Tucumán el 17 de julio de 1843. La base de su educación la forjó en el Colegio del Uruguay, fundado por Urquiza, donde adquirió los rudimentos de la profesión militar, y su pasión por la lectura. Ninguna de sus tantas campañas militares le hicieron perder ese hábito apasionado. Tampoco la responsabilidad de ejercer el Ministerio de Guerra durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, reemplazando al fallecido Adolfo Alsina. Desde ese puesto, emprendió la epopeya destinada a afirmar la soberanía argentina en la Patagonia con el fin de poblar y desalentar los propósitos de dominio por parte de Chile. Para ello inició una rápida campaña militar que sometió a las tribus araucanas (chilenas) que la ocupaban y permitió enarbolar por primera vez la bandera celeste y blanca en las márgenes del río Negro, el 25 de mayo de 1879. Acallados los fragores del alzamiento militar de la provincia de Buenos Aires encabezado por su gobernador el Dr. Carlos Tejedor, vencido por las fuerzas nacionales en junio de 1880,
Roca asumió la presidencia de la República el 12 de octubre de ese año, luego de preparar con sagacidad, tiempo y vínculos establecidos en casi todo el país, el terreno para obtener los votos que necesitaba. El lema “Paz y administración”, expresado en su primer discurso ante el Congreso, exteriorizó la voluntad de construir en un clima de orden y concordia. Pese al ostensible desarrollo material alcanzado por el país durante esos seis años, varios de sus actos de gobierno provocaron divergencias profundas y generaron enfrentamientos tan traumáticos como el que mantuvo con la Iglesia, hasta provocar una ruptura de relaciones que duró dieciséis años. En su último mensaje ante el Congreso le expresó al nuevo primer mandatario, Miguel Juárez Celman: “Os entrego el poder con la República más rica, más fuerte, más vasta y con más crédito y amor a la estabilidad, con más serenos y halagüeños horizontes que cuando la recibí yo”. Era cierto.
En su segunda presidencia (1898-1904), promovió la explotación de vastas regiones desiertas de los territorios nacionales, los estudios de tierras y aguas para explotarlas y colonizarlas, la investigación de cultivos adaptables a cada zona, el examen zootécnico de los ganados, la realización de perforaciones en Comodoro Rivadavia, que dieron por resultado el descubrimiento de petróleo; el desarrollo de la industria pesquera mediante la importación de especies de Estados Unidos; la instalación de observatorios meteorológicos, entre ellos el más austral del mundo en las Orcadas del Sur, con lo que se tomó posesión de la Antártida Argentina, etcétera. Su clara concepción sobre la necesidad de favorecer la educación en distintos planos, se tradujo en la construcción de edificios equipados con todos los adelantos de su tiempo. Al entregar la banda y el bastón presidencial a Manuel Quintana, estaban trazadas las bases de la nación próspera y pujante del Centenario, además de marcar el rumbo del país durante varias décadas.
Sin embargo, al dejar el mando, Roca no contaba ya con su partido. Su influencia política se había debilitado lentamente, y el golpe final lo había dado la ruptura con su gran amigo Carlos Pellegrini. Se marchó a Europa, y al volver en 1907 tuvo la convicción plena de que su momento había pasado. En 1910 volvió a marcharse al Viejo Mundo. Cuando regresó, vio transcurrir etapas prolongadas en su establecimiento de La Larga. Fuerte y voluntarioso, se entregó a las tareas rurales y dedicó largo tiempo a la lectura, hasta su repentina muerte. Fue sepultado en medio de grandes honras el 20 de octubre de 1914, muy justas para quien había sido uno de los organizadores de la Nación.